De números a tintas

Por
Diego Calderón

Mi piel, como la de tantos otros temerarios del dolor, también ha escogido sus propias cicatrices; y de entre las infinitas figuras salvajes del cosmos optó por la forma de la tinta. No lo digo metafóricamente, ni trato de diseñar un ingenioso juego de palabras y realidades. Mi afirmación es literal: en el antebrazo derecho tengo tatuada una mancha de tinta. No puedo explicar concretamente el contenido de mi símbolo elegido, pues a menudo los símbolos son agujeros que engullen en su fuerza hasta la última letra de una oración; sin embargo, a falta de respuestas concretas siempre se puede acudir al recuerdo, aunque bien se dice que todo acto de memoria es un acto de ficción. 

Cuando pienso en los tiempos en donde mi antebrazo todavía centelleaba ocre, lo primero que me viene a la mente es el sentimiento de acecho y acoso que me procuraban los números y signos de igualdad. Verán, al igual que otros integrantes de Contexto, yo también crecí entre lenguajes: mi lengua materna es el español y mi lengua paterna es la matemática. ¡Cuánta elocuencia se me exigía en esa lengua! Mi vida entera se dirigía hacia el terreno de la pura abstracción y esto con el propósito de tornar a mi espíritu en un beduino o en un trovador de la ecuación. 

Mi voluntad jamás estuvo con las matemáticas, acaso por tartamudear cuando las practicaba y sentirme excluido por ellas, o meramente porque me parecían limpias, tan limpias como una seca percusión y nada más. En cambio, siempre sentí fascinación por las palabras y el mundo que dibujaban invisiblemente frente a mis ojos, por su ritmo tan fluido y su naturaleza tan hipnótica. El corazón late a un cierto compás y el mío no lo hacía por el lenguaje que marcaba el tiempo. 

El tatuaje de mi antebrazo nació como respuesta a la deshonestidad que mantenía conmigo mismo. Elegir el lenguaje de los números implicaba otorgar mi vida a una voluntad ajena a la mía. Con esto en mente, una semana antes del inicio del semestre de primavera de 2020, llevé a cabo mi apostasía matemática al cambiarme de carrera. Para formalizar mi decisión y a forma de recuerdo de la valentía que profese en caso de futuros ensombrecidos, labré en mi piel esta mancha de tinta, negra como un sol nocturno que brinda el alba de un nuevo escritor.

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