Palabras cronoléxicas

Por
Emilio Plata

Ahora, donde me encuentro, soy capaz de señalar al mundo y decir su nombre. Hay un gato, una planta, libros, una mesa y, aun así, hay palabras que no me pertenecen, que un día sí lo hicieron. Hubo un día, de niño, en el que señalaba el mundo y no sabía su nombre, entonces buscaba ávidamente cómo decirlo, cómo meterme el mundo en un bocado. Era con una pregunta que iba de la cosa a la lengua o de la lengua a la cosa. Entonces tenía un bocado de mundo y debía masticarlo para separar las cosas, hacer digestión y, ya después de haber absorbido todos sus nutrientes, esperar el momento oportuno para proferirlo. Era un ansia, un apuro por poder llamar al mundo para que viniera a mí; si decía oruga, el pequeño insecto caminaba sobre mis sesos y entonces me rascaba la cabeza para amainar el cosquilleo. Decía el mundo sin miedo, me preparaba, me ponía bien derecho, señalaba y decía «oruga». Porque conocía a través de la palabra, yo deseaba la pregunta. ¿Cómo se le dice a esto?, ¿qué significa eso? Por eso, al tener una bicicleta, yo quise saber de inmediato todas sus partes y sus nombres: manubrio, llanta, frenos, rueda, rayos, cadena. Y decía manubrio, llanta, frenos, rueda, rayos y cadena porque masticaba toda la bicicleta y la separaba y sabía que era un manubrio, una llanta, unos frenos, unos rayos y unas cadenas. Y, cuando las tenía en mi garganta, yo podía decir que esas palabras, junto con ese mundo, me pertenecían. 

Años después volví a tener un bocado de bicicleta, lo mastiqué, separé sus partes y en la boca volví a tener manubrio, llanta, frenos, rayos, rueda y cadena. La cosa estaba en que ese mundo ya no era el mundo que me cobijaba. Ahora sabía muy bien, y tal vez mejor que en ese entonces, el significado de cada una de esas palabras, incluso de la cosa que llamaba manubrio podía decir un material, una forma, un metal. Lo malo: no recordaba la sensación del metal o el olor a goma porque «manubrio» estaba arraigada a un tiempo que se consumió en sí mismo hasta no ser. Si mastico bicicleta y la descompongo en llanta, cadena, frenos, manubrio y rayos, tengo letras con sabor a antaño, que no son como tener un bocado de comida vieja que hay que escupir al instante, sino un deseo de mantenerlas sobre la lengua para atisbar cómo olía aquella goma sobre el metal frío del manubrio, lo que significaba tener aquel mundo en la boca. 

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