El silencio habla

Por
Tammy
Lati

¿Decimos algo cuando no decimos nada? ¿No hablar es una forma de hablar? ¿Cuántos significados caben en un silencio? ¿Qué grita el silencio? Silencio. No tengo respuestas a estas preguntas. Silencio. De hecho tengo más preguntas. Silencio. Usaré las palabras para, paradójicamente, entender el silencio. 

Lo primero que pienso es que «callar» y «silencio» no son sinónimos. El primero es verbo, supone intención y voluntad: se quiso hablar y se eligió no hacerlo. Pero «silencio» no se conjuga (porque cuando ya se ha conjugado, léase «silenciar», su significado es otro, el de hacer callar). «Silencio» es sustantivo, «silencio» describe el estado de las cosas, «silencio» simplemente es. Otra forma de diferenciarlo es que el silencio es anterior a la palabra, y que callar es posterior, pues para elegir no decir, había previo algo que quería ser dicho.

Así como J.L. Austin escribió sobre cómo se hacen cosas con palabras y el carácter performativo del lenguaje, creo que también se pueden hacer cosas con silencios, se dice algo cuando no se dice nada, de ahí que para Heidegger la silenciosidad sea un modo de habla. ¿Qué hay atrás de un «perdón» sin respuesta? ¿De un «te quiero» sin réplica?

Hay muchos silencios, espacios y tiempos vacíos, están los silencios entre estas palabras. Espacios que mod  i f     i     ca       n la lectura [¿ves?], y también la escritura, porque la barra de espacio ya está programada para hacer un espacio de una longitud muy específica. A esto los editores le llamaron tracking, a mi me gusta pensarlo como el silencio necesario. Aquel que hace posible la comunicación. Es verdad: el silencio da sentido a una conversación. 

Hace 70 años, John Cage se subió al escenario en Woodstock, se sentó en el banco del piano, abrió la tapa negra, la volvió a cerrar y permaneció en silencio por 4 minutos y 33 segundos. Ahí concluyó que el silencio está lleno de sonidos accidentales. Terry Tempest Williams escribe que:

Introducir el silencio en una sociedad que adora el ruido es como si la luna expusiera a la oscuridad de la noche. Nuestro miedo se esconde en la oscuridad. Nuestra voz habita en el silencio. Lo que ambos necesitan es que nos quedemos quietos. Que nos concentremos. Que escuchemos. Que miremos y oigamos. Y entonces emerge lo inesperado.

¿Por qué nos gusta llenar el aire de voz? ¿Qué habita realmente en la aparente obscuridad del silencio? ¿Qué nos aterra de una comida en la que suenan los cubiertos pero no las palabras? Jung decía que «el miedo busca ruido y caos para alimentar a los demonios», el miedo ama el ruido porque ahí se pierde, se camufla, evita que se le vea. El silencio, sin importar de cuál se trate, por el contrario, no se puede esconder, exige ser escuchado. Si el miedo busca ruido, el silencio es el medio para desarticularlo. Por eso, Terry Tempest escribe «el silencio me conduce a mí misma». Quizás en el silencio estoy yo.

​​Eugène Ionesco escribió que «una civilización de palabras es una civilización enloquecida». Alfonso Reyes afirmó que el lenguaje es un cáncer, William Burroughs que se trata de un «virus extraterrestre» y Lacan dijo «ese chancro que es el lenguaje». Estamos poseídos, colonizados por el lenguaje. Si la palabra es un animal domesticado, el silencio permanece en el terreno de lo salvaje.

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