Escritura en vacíos musicales

Por
Gaby Quirós

Cuando pienso sobre hablar, escribo. Mis imágenes mentales están repletas de caracteres aglomerados que se hacen llamar palabras, y la rapidez con la que fluyen las mido por el largo de las oraciones. Mi mente es un ejemplo más de la física cuántica.

Últimamente he estado repensando la frase de René Descartes «Pienso, luego existo» en donde la palabra después de la coma es en realidad un entonces. «Pienso sobre hablar, escribo», se preguntarán ¿qué es eso que está después de la coma, un fantasma? ¿Debería poner al igual que Descartes «luego»? La respuesta es un contundente NO. La coma misma hace de dos puntos y reitera la idea principal en una sola palabra; es también un signo de igual, uno que expresa equivalencia y linealidad. 

«Pienso sobre hablar» en esta parte de la reflexión sí hay elementos de sobra, no quise poner «imagino» porque remite inmediatamente a memorias gráficas, imágenes mentales; pero sólo la palabra «pienso» queda ambigua, no me gustaría referirme al ámbito existencial de Descartes, sino al de la mera sensación que produce el pensar. 

Pensamos con palabras, palabras sin estructura pero que tienen una resonancia sonora en nuestra cabeza por virtud de la memoria, la comprensión y la inteligencia. En el texto de Eugenio Trías «La imaginación sonora» se habla de esto, los sonidos tienen la capacidad de conjuntar las sensaciones y los actos propios de la intelección, es una sintaxis casi instantánea que se acompaña de la sensación que conocemos como pensar. Por eso después del «pensar» me refiero al acto del habla, de la emisión del sonido, con o sin previa estructuración. 

Cuando pensamos una parte de nosotros nos está llenando de sonidos espectrales que tienen sentido gracias a lo que conocemos como palabras, básicamente pensar es recibir de alguna forma esa música que emerge desde nuestras profundidades intelectuales y sensoriales para seguir perpetuando, en el continuum del tiempo, lo que se pretende que llegue a un receptor y continúe el legado de aquella música que no escuchamos con los oídos en sí, sino con los de la mente. 

No pienso sobre el mero acto de hablar, sino encima de aquello, meta-habla, más allá que el habla, pre-habla, antes de hablar. Antes de poder hablar, una vez que estamos familiarizados con las entonaciones del lenguaje, existe una conexión rapidísima con el contenido semántico y es entonces que presenciamos, sentimos y experimentamos la voz de nuestra cabeza, con su lenguaje que es una lógica rápida y muy difícil de contener o de guiar en un solo sentido sin perderse entre muchos otros pensamientos.

Entre el transtorno de déficit de atención y el de ansiedad, mi mente es como una locomotora, ruidosa, imposible de no ser conmovido por la marcha rapidísima de las ruedas, visible con una gran nube de vapor que se va extendiendo a medida de que los vagones avanzan. He tenido la oportunidad de practicar distintos tipos de meditación y con ello he entablado una conversación con esa parte que a veces parece imposible de acallar y es que sólo en ese entonces mi mente se convierte en una hoja en blanco, mi diálogo interno en silencio, y noto la maravilla de pensar poniendo en pausa el existir ajetreado al que estamos acostumbrados. 

Las palabras de la mente, los pensamientos, son la mejor manera de empezar a conocernos y, por lo tanto, de amarnos. Pienso sobre mi hablar y es así que me escribo y reescribo a mí misma. Porque pienso, escribo, y porque escribo, me pienso, un acto de amor que avanza por el tiempo y resuena en espacios vacíos de la mente, que se propaga como música alimenticia del inconsciente.

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