Linea nigra: diario de mis miedos desde una pluma ajena

Reseñas literarias
Por
Valeria
Farrés

Compré Linea nigra en la FIL porque escuché el nombre de Jazmina Barrera en la oficina. Es uno de esos libros delgaditos que se pueden sostener con una sola mano. Jazmina relata que, durante la lactancia, prefería los libros que podía detener con una sola mano para poder leer mientras alimentaba a su bebé. Supongo que yo, aunque no soy mamá, también prefiero los libros delgaditos cuando hay en la vida algo que pesa.

Página 17: «La leche materna es sangre pasada por un filtro. Sangre que circuló por las venas y luego se convirtió en leche». Este fue el primer dato que retomé en mis reuniones navideñas. Mi prima está embarazada de Theo, que va a ser –o ya es– el primer niño de la familia. Y yo encontré pertinente decirle que, en cierto sentido, su hijo va a ser su vampiro. También comentamos lo extraño que es –como cuenta Jazmina– el hecho de que mi prima es mujer y lleva un hombre adentro. 

Linea nigra me reencuentra con un miedo que arrastro desde la infancia: el parto. Desde que vi a mi mamá dar a luz a la más pequeña de mis hermanas, parir me aterra. Recuerdo que todos en ese cuarto vieron el milagro de la vida. Yo sentí que presenciaba el fin del mundo. Pienso en que mi prima tiene que sacar a ese bebé eventualmente. No hay nada que ella pueda hacer para dejarlo en su vientre para siempre. Tampoco creo que quiera. Le dije que le iba a pasar el libro, pero se lo dije antes de llegar a la parte del parto:

  • Página 27: «El momento de una partida y el momento de una partición. El momento de partirse en dos». 
  • Página 41: «Tomar clases para el parto, dice Rachel Cusk, es como tomar clases para la muerte». 
  • Página 77: «Dicen que se olvida el dolor del parto, y yo ya lo olvidé también». 
  • Página 78: «¿De quién es el parto, de quien nace o de la parturienta? Nuestro parto». 
  • Página 79: «De mi cuello para abajo, todo mi cuerpo es un desastre: desgarres, suturas y sangrados. Como si hubiera explotado». 

A la par de mi lectura avanzaron mis miedos. Pensé en no entregarle el libro a mi prima –porque… ¿qué tal si le despierto los miedos?–. Luego pensé que seguramente ya está asustada y las angustias de Jazmina puestas en papel la harán sentir acompañada. Página 93: «Desde que nació Silvestre tengo más miedos que nunca».

Terminé el libro al lado de Alejandro, mi novio, en el aeropuerto, mientras él se quejaba de que olvidó empacar uno. Se lo ofrecí y no lo quiso. Yo lo devoré porque últimamente me da curiosidad la maternidad: me aparecen en TikTok videos de crianza respetuosa, sé exactamente en qué consiste el baby-led weaning y me indigna lo cruel que es la sociedad con la lactancia. Página 97: «En promedio, amamanto un total de ocho horas al día. Una jornada laboral». 

Página 13: «Me cuesta lidiar con la idea de que media humanidad ha pasado por esto». Jazmina habla de embarazo, lactancia y maternidad desde la crudeza, la transparencia y un grado de verdad que solo lo autobiográfico puede ofrecer. A mí me cuesta lidiar con la idea de que la otra mitad de la humanidad no tiene ni puta idea. Tal vez compro un segundo ejemplar: quiero darle uno a mi prima y otro a su esposo.

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