La posibilidad de traducir poesía siempre ha despertado opiniones encontradas. Yo no entendía cuál era el problema hasta que leí la traducción inglesa de uno de mis poetas españoles favoritos. No es que la traducción fuera mala, pero el poema era completamente otro. El ritmo, las imágenes, las sensaciones. Todo el paisaje era distinto. Entonces entendí un poco el viejo adagio italiano de traduttore, traditore: el traductor es un traidor. Lo entendí, pero seguí estando en desacuerdo. Porque, aunque con la traducción se pierda mucho, sin ella se pierde todavía más. Sé que al leer a Basho, Rumi o Safo en versiones traducidas no estoy realmente leyendo su poesía, sino una especie de extensión, de reinvención. Pero también sé que al leerles encuentro algo nuevo, una especie de eco de algo que no existe en las lenguas que conozco.
Después leí una idea que me gustó más: el traductor, más que un traidor, es un «traedor». Alguien que se adentra en territorios distantes de la cultura humana y trae flores que no crecen en los nuestros. Las flores llegan siempre transformadas por el viaje, pero en ellas aún se puede reconocer algo de la tierra y el cielo que les dieron vida. Y son siempre algo nuevo, que enriquece el paisaje que habitamos. Así que decidí aventurarme a hacer un viaje parecido, a traer una flor nueva de una tierra cercana pero distinta: una magnolia crecida en la lusofonía. Toda traducción es imperfecta o, más bien, es una reinterpretación, una especie de homenaje al texto original. Esto es especialmente cierto con los poemas. Así que pueden leer esto como un imperfecto homenaje a una flor no muy distante y a su tierra.
El autor del poema portugués se llamó Daniel Faria, y tuvo una vida tan enigmática como su poesía. Lo que leerán aquí son solo fragmentos de un poema más largo.
1
Sabes lector, que estamos ambos en la misma página
y aprovecho el hecho de que hayas llegado ahora
para explicarte cómo veo el crecer de una magnolia.
La magnolia crece en la tierra que pisas. Puedes pensar
que te digo alguna cosa innecesaria, más podría haberte dicho, créeme
que la magnolia te crece como un libro entre las manos. O mejor,
que la magnolia —y esa es la verdad— crece siempre
a pesar de nosotros.
Esta raíz para la palabra que ella lanzó en el poema
puede bien significar que en la rama que quedase de ese lado
la flor que se abriese es ya un poco de ti. Y a la flor que te extiendo,
aunque la rechaces
nunca la podré conocer, ni jamás, por mucho que la ame,
la tomaré.
La magnolia extiende contra mi escritura tu sombra
y yo toco la sombra de la magnolia como si agarrase tu mano.
6
El tesoro es entonces la magnolia murmurada entre nosotros dos
es el canto que circula entre los labios, la savia
entre nuestro cerebro y su propio corazón,
el corazón del poema es la magnolia al viento. Abro
los brazos, las venas, y digo
tú que te abrigas fuera de la casa. Y mi promesa
es esta: El banco que de piedra existe
junto a la magnolia permanece
incluso cuando hay sombra
seca. Y el pájaro parte. Y la flor
después de las lluvias no viene.
8
Te prometo la palma de mi mano para la escritura.
Cércala de magnolias, cércame. Puedes cerrar la escritura
en el interior de la mano o en la boca de los libros,
puedes olvidarla o liberarla de los mil botones
que ella sopla en el interior de los hombres.
Puedes mandarla a aquellos que más amas
o como pétalos y mensajes en las arandelas de las aves
a tus propios enemigos.
Puedes desarmarla para propagar las llamas.
Te doy, como siempre, el poder
de escribir en la piel de mi mano
las promesas que te hice. Sabes que existo
y que voy a repetirte todas las cosas otra vez.
Las estaciones, por ejemplo —no soy el único que lo dice—
No ruedan a la manera de los carruseles en la plaza. En otoño
la magnolia es pensativa, como el hombre
que te mira a través de la ventana donde te escribo.
En invierno los vidrios se van empañando —acerca
tu mano al paisaje que resta,
como si fuera el lado del verbo que encarnó. Fíjate
en el banco de piedra— él está
sobre tí.
Tu eres el niño sentado
que mira hacia el cielo. Hay un tesoro
en cielo, un corazón nuevo. ¿Reconoces
la magnolia estelar?¿El intersticio solar
de la pupila celeste? Ella está sobre ti
Y contempla: es verdad que es por las lágrimas
que comienzan las visiones.
Sí. Ahora puedo explicarte el misterio de las aguas
inclínate como él cuando escribió en el suelo,
vas a entender: ellas brotan de las palabras.